Relato de Jorge Ezequiel Rodríguez con ilustraciones Julio Ibarra.
Su sonrisa, sus rulos al viento, las manos en la guitarra y la voz desde el corazón. Sus palabras nacen de sentimientos: es la búsqueda de la verdad, del amor, de una realidad mejor, de un mundo más justo.
Víctor Jara decidió que su vida fuera esa, la de transmitir por medio de su arte lo que muchos no podían o no se animaban a decir: sin miedo a desafiar a gigantes, se convirtió en el portavoz de los más humildes. Nació en el campo y sufrió las necesidades de un pueblo dividido entre ricos y pobres: pero supo hacer de ese sufrimiento una denuncia poética. Pasó de la guitarra de su madre al coro, al teatro, a la música, a un escenario, a las calles, a los andamios y, de allí, a las estrellas. Por ser, justamente, quien desafiaba a imperios poderosos con una guitarra y la libertad de su espíritu, fue perseguido, ignorado, secuestrado y asesinado. Pero ni aun así pudieron callarlo. Sus canciones se convirtieron en legado para un pueblo que no olvida y que lucha por su propia dignidad y la de sus hermanos.