Los veintinueve cuentos de Tierra y tiempo retratan la vida esforzada del hombre campesino, pero no de cualquiera: la del gaucho. En medio de llanuras y caminos polvorosos, Juan José Morosoli capta con maestría la soledad y pobreza que desamparan a sus personajes, sujetos sencillos pero con anhelos y frustraciones acumulados por un paisaje que los aplasta.
Yo creo que con amor y amistad se pueden comprender los hombres, y aquí —en los bordes de mi pueblo— está la veta. Y también en las chacras que no tienen, que yo sepa, su cronista. Y en las canteras, de las que está roto todo el paisaje de Minas. Tal vez yo soy un poco parecido a mis hombres. Por eso los saco como son. ¿No ve que yo soy muy inculto y solo tengo el mérito de ser un buen busca-rumbo?
Juan José Morosoli
Morosoli es un autor tan extraño como genial; también es infinitamente discreto y su genio, tanto como su esencial extrañeza, pueden pasar desapercibidos. Puede parecer un criollista de los tantos que hubo en Uruguay. Apenas más diestro que otros en la redacción de breves cuentos de sentido suspendido, que más parecen comentarios sobre personajes curiosos del campo y de los pueblos. Sus peculiaridades son como un regusto para lectores meditativos.
César Aira
Sus viajes por el departamento le permitieron conocer lo que más le importó en literatura: seres humanos y casi. Sus títulos son una declaración de fe: Hombres, Hombres y mujeres, Muchachos, Vivientes. En las pocas líneas de sus cuentos los vivientes vienen y se van, nos dejan su miseria y su candor; a veces su amistad.
Juan Carlos Onetti
Morosoli no fue, como suele afirmarse con ligereza, un obrero del campo, baquiano tallado en oficios duros, abras, tormentas y estelares. Ni las heladas ni las resolanas quemaron su nuca en la melga, el tropeo o la monteada. Fue testigo —testigo sanguíneo y veraz— pero no protagonista (…) Supo ver. Puso oído contra su tierra y la sintió caliente, documental.
Santiago Dossetti
Son relatos devastadores, algunos, que parecieran surgir de algo que nos antecede y que nos conforma. Morosoli detiene el tiempo, lo tuerce, lo fragmenta: son pequeñas imágenes que a veces se vuelven completamente diáfanas y nos golpean sin más, como a Domínguez, el protagonista del cuento «Soledad», que no tiene nada en la vida, sólo un caballo viejo, inútil, que un día decide vender. Y Morosoli los describe así, en la última caminata que tienen juntos: «Venían despacio. Muy despacio. Casi nadie se daba cuenta de que caminaban. Iban en la oscuridad como otra oscuridad que caminaba».
Diego Zúñiga