Quédate a tu mesa y escucha. Ni siquiera escuches, espera solamente. Ni siquiera esperes, quédate completamente solo y en silencio. El mundo llegará a ti para hacerse desenmascarar. Estas palabras de Kafka podrían servir para empezar a escribir sobre este libro. Un libro que hace de la espera una estrategia para ejercer la memoria y comprender la realidad, tanto personal como política. Como dice Ilse Aichinberg, escritora austriaca perseguida por el nazismo, en el epígrafe que abre el libro: Sumándolo todo, había más salas de espera que salas. Más esperanza de la que podía colmarse. Demasiada esperanza. ¿Realmente demasiada?Quien habla en este libro (y veremos que la pregunta por ese quien es fundamental aquí) quien lo escribe, se ha instalado en una de esas salas de espera. En uno de esos espacios de soledad y silencio, como recomienda Kafka, para recordar y pesquisar el sentido de su propia experiencia. ¿La esperanza ha sido demasiada? El poema es aquí una pregunta, esa pregunta.Desde luego, los caminos de esa indagación, de ese viaje a las islas eriazas de la memoria, son varios. La propia biografía, las pesadillas de la infancia, las pesadas cargas de nuestra educación sentimental. La enfermedad y el duelo. Los lugares, las ciudades, las estaciones del viajero. Como quien, mientras espera, revisa un álbum de viejas fotografías. O, en vez de las imágenes anodinas de la televisión, ve las escenas de un documental sobre la propia vida en el televisor que preside la sala desde lo alto. Las fotografías dan vueltas sobre el relato de ficción. Recordar es en este libro construir el montaje de esas imágenes. Trabajar con sus planos y secuencias. Porque como dice un poema: la noche ocurre sobre una fotografía de claroscuros,/cercenada en montajes que abaten la memoria.De la amplia gama de fragmentos con que se constituye esa fotografía de claroscuros, me gustaría concentrarme en aquellos que tienen que ver con la historia colectiva. En las fotografías de nuestra generación.No viviste el 73, pero sí el temor/de la radio que comunicaba una voz adusta,/el lenguaje oculto que anunciaba/una noche interminable. Una buena forma de describir la situación de aquellos que crecimos en la dictadura. Que nos formamos en ese líquido elemento, en esas aguas turbias. En esa noche interminable. Como escribe Polanco en el poema Plano fijo, una generación que, en medio de toda esa muerte, creció entre el ocultamiento y el olvido: Es cierto, la vida se renueva,/reproduce el olvido con cerrar los ojos/y cambiar de aliento,/otro mundo nace cada día/borrando el anterior,/el ejemplo es tu generación/que vivió amordazada por los noticiarios/esas imágenes a las que se acostumbraba el ojo.La misma generación que se hizo adulta en la continuación, más o menos solapada, de la misma historia, de la misma violencia. La postdictadura, la transición a ninguna parte. Un tiempo simbolizado, dramáticamente, en la figura de Eduardo Miño. El trabajador, enfermo terminal de asbestosis, que se quemó a lo bonzo frente a La Moneda el año 2001. El militante comunista que termina su carta suicida con las palabras citadas en el libro: Mi alma que desborda humanidad/no soporta tanta injusticia.Los que tenemos algo más o algo menos de cuarenta, los que vivimos o sobrevivimos la dictadura y la violencia soterrada de la ficción democrática, estamos constituidos por esa experiencia. En este sentido, creo que Sala de espera logra un retrato descarnado pero muy real de nuestra generación. Aquella a la que le ha tocado vivir o escribir en medio de esa violencia implícita en el lenguaje común,/cultivada en un país desamparado. Aquella que, aprendiendo a vivir en un país sin esperanza, en la soledad y el silencio de sus salas de espera, seguramente nunca dejara de hacerse la misma pregunta: Demasiada esperanza. ¿Realmente demasiada?El poema en este libro es siempre una pregunta. Sin embargo, es sabido que toda pregunta, si realmente tiene sentido, encierra en sí misma su respuesta. Cuando las cosas en este país parecen empezar a cambiar. cuando, inesperadamente, parece variar el curso de la corriente, la pregunta que cierra el libro me parece fundamental. Parafraseando a Víctor Jara, el texto dice en sus versos finales: Quién escribe un canto valiente/que sea por siempre canto nuevo.Para esa generación de la desesperanza que somos, esa pregunta es capital. La pregunta por la valentía. Yo diría urgente en estos días, cuando el país parece abrir una pequeña brecha para salir de los interminables tiempos oscuros de una vez por todas. Creo que Jorge Polanco ha escrito un libro que se hace cargo de esa pregunta. Y la responde practicando, justamente, una de las formas de la valentía: la honestidad. La poesía es el habla de la honestidad, dice en un versoque se ratifica como exigencia vital y poética a lo largo de todo el texto.La vida es una broma absurda que sólo pueden comprender los valientes, dice Kenneth Rexroth. Veremos de cuanta valentía somos capaces. El primer deber de la poesía es ser valiente. Responder en primera persona, como lo ha hecho Jorge Polanco con este libro, al desafío de escribir con honestidad. De comprender que la verdadera poesía es sólo para los valientes. Los que responden, con la vida y con el verso, esa pregunta. La valentía. Quién.Valparaíso. Septiembre de 2011 ‘Sala de espera’, de Jorge Polanco SalinasAlquimia ediciones, 2011Jaime Pinos
Sala de espera
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