Aquí dentro hay un escritor que colecciona tornillos, un enfermero peculiar, trabajos en hoteles y aserraderos, mujeres que se licúan en sangre y en agua, novios súbitos, hombres perplejos, una planta, un gato y un pájaro, todos importantes. Está el olor de Lima y está el aire transparente o acuoso de las temperaturas bajo cero en el paradero de Øvre Hunstadmoen, en el extremo norte de Noruega. Hay relatos y hay pausas, que sin embargo no son descansos sino punzadas. Pajarito es un antídoto enmascarado, una bravata de la vida contra la muerte, un combate solo apenas atenuado, y las armas son estos experimentos de la imaginación que contrarrestan la desesperación blanca de la nieve y de la tragedia que no se sabe.
Claudia Ulloa presenta una serie de personajes que conmueven, que estremecen. Pajaritos indefensos, librados a esa lluvia ácida que es la realidad, que por mínima y mentirosa en otros lados no considerarían siquiera lluvia, me refiero a la lluvia que acá conocemos como «mata pajaritos».