Relato de Vanesa Jalil con ilustraciones de Julio Ibarra.
Para tod@s nosotr@s, l@s que crecimos escuchando sus canciones, su voz todavía nos parece familiar, como la voz querida de esa tía que, de vez en cuando, se pegaba una vuelta por casa con regalos y alguna cosa rica para la merienda… Su trabajo con la poesía y la música para los chicos fue una maravilla única, pura creatividad: esas canciones que nos acompañaron en nuestra infancia, son las mismas que hoy acunan y acarician a nuestr@s hij@s, tantos años después. ¿Cómo es posible semejante milagro? María Elena siempre fue crítica de las películas producidas por Disney. Cuestionaba ese cine porque era «una poderosa fábrica de violencia y cursilería» que intenta transformar al niño en un consumidor ciego, en un robot conformista sin iniciativa. Ella, en cambio, se proponía encender el fuego de la imaginación a través de la risa, el disparate y el juego. Fue una artista popular y librepensadora en el sentido absoluto del término: defendió su libertad a la hora de hablar y escribir, luchó por los derechos de las mujeres y cambió para siempre el modo de crear para un público de niños y niñas.
Su voz, todavía hoy, es parte de nuestra historia familiar. Es parte de nuestra identidad, como un abrazo de abuela, como jugar a la escondida entre amigos o compartir una tarde de sol con nuestra mascota… Después de tantas historias divertidas que María Elena Walsh nos regaló, acá va la historia que nosotros le regalamos a ella…