Con frecuencia el pueblo, consciente del mal que sufre, no acusa al tirano sino a los que lo gobiernan: los pueblos, las naciones, todo el mundo, hasta los campesinos y los labra dores, saben sus nombres, descifran sus vicios, amontonan sobre ellos mil ultrajes, mil villanías, mil maldiciones. Todas sus oraciones, todos sus deseos son contra ellos. todas las desdichas, todas las pestes, todas sus hambrunas, se las reprochan a ellos. y, si alguna vez les rinden aparentemente algún honor, en el fondo, reniegan de ellos en su corazón y sienten ante ellos más horror que ante una bestia salvaje.
Discurso sobre la servidumbre voluntaria
Sin existencias