En claves telúricas, cósmicas y ancestrales, nos presenta una suerte de resurrección o encarnación de cuerpos desaparecidos, pero fijos como estrellas en el cosmos, vigilantes, desplegando sensaciones sobre la catástrofe del poder y su inmisericordia. Resurrección también de una historia particular, la del poeta, que es a la vez personaje y testigo cotidiano, que no quiere se diluya por gozo o dolor en la memoria, de donde fluye lo familiar, la flora, fauna y geografía que se identifica con lo nortino, pero no exento de referencias a otras culturas y paisajes.
Corpus Carne deja percibir un profundo apego por lo viviente, preocupación político-ecológica necesaria de refrendar hoy, sobre todo cuando la lectura permite transitar por el texto como por el canto que se propone ser, lejos del panfleto.