Al hablar de Virginia Woolf, pocas veces se repara en que su obra estuvo cruzada por el oficio que ejerció durante gran parte de su vida: editora. Y no una cualquiera, fue una editora artesanal y autogestionada que tenía como objetivo “publicar escritos memorables que el editor tradicional rechazaría”, pese a saber que “los libros se venden muy lento”. Bajo esa difícil ecuación, montó junto a su compañero Leonard el sello Hogarth Press, en el que publicó a figuras como Sigmund Freud, Katherine Mansfield o T. S. Eliot, y donde el arte de editar tenía a su vez un fin medicinal: mantener a raya los problemas de salud mental que la aquejaban. Cómo nace la idea, es un libro compuesto por frases y reflexiones que Woolf anotó en sus diarios y cartas sobre la relación con el lenguaje y su forma. En estas páginas se reúnen sus cavilaciones más vibrantes sobre el acto de escribir y, a su vez, se exponen los avatares que enfrentó como editora: rechazos editoriales a autores de la envergadura de James Joyce; las disputas para conseguir espacios en la prensa o las largas jornadas para elaborar manualmente las planchas de impresión mediante tipos móviles. Un material de primera necesidad para acercarse, desde un costado luminoso, a una de las obras fundamentales del siglo veinte.
Virginia Woolf (Londres, 1882) fue una autora fundacional de la literatura moderna e ineludible referente feminista. Nació en medio de una familia estrechamente vinculada al circuito artístico e intelectual de la época pero nunca asistió al colegio formal. Desde sus primeros años compartió con figuras como Henry James o Julia Margaret Cameron, al tiempo que despertó un interés vital por los libros. Pese a su temprano oficio de escritora y rol crucial en el mítico grupo Boomsbury —junto a Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein—, Woolf no publicó sino hasta los treinta y tres años. Fin de viaje (1915) fue su primera novela, y aunque no generó la misma repercusión que sus siguientes libros, destacó por su tono agudo y satírico. Dos años después, junto a su marido Leonard Woolf, fundó la crucial editorial artesanal Hogarth Press, donde publicaron autores como Freud, Mansfield y Eliot. En 1919 publicó Noche y día, en cuyas páginas aborda la temática del sufragio femenino y el cuestionamiento al matrimonio como puente para la felicidad. Sin embargo, la crítica no lo consideró un libro relevante. Con su tercera novela, El cuarto de Jacob (1922), deformó las estructuras tradicionales del género y desarrolló una escritura de corte más experimental. Posteriormente, escribió las obras que la consolidaron como una de las autoras icónica siglo XX: La señorita Dalloway (1925), Al faro (1927), Orlando (1928) y Las olas (1931), son solo algunas de sus obras destacadas. Woolf también escribió una larga listas de artículos, cuentos, biografías y ensayos, como Un cuarto propio (1929), que la situó en un lugar imprescindible para los feminismos contemporáneos. Con los años, lo que probablemente fue un trastorno bipolar, comenzó a mermar su vida y su trabajo literario. Los abruptos cambios de ánimo, los recurrentes estados depresivos y la impotencia de no poder escribir, fueron los motivos que la llevaron a cruzar el jardín con los bolsillos de su abrigo lleno de piedras y sumergirse en el río Ouse el veintiocho de marzo de 1941.