Este es un libro acerca de cómo los seres humanos inventamos formas de comunicarnos aun cuando parece imposible. Comunicarse bajo amenaza o por un impedimento físico obliga a inventar nuevos códigos. ¿Qué hace falta para emitir un mensaje? Lo mínimo: los ojos, el parpadeo. En última instancia, cuando no queda más que un cuerpo desnudo, ese cuerpo es una superficie y conserva las cicatrices de un esclavo. Es la memoria. Es el pelo que se usa para trenzar cartografías secretas o como símbolo de una lucha por los derechos civiles. Es el semen como tinta invisible para encriptar mensajes de guerra. Un lenguaje siempre encuentra la manera. No hay equívoco porque existe un código en común, sea explícito, como hizo Pasternak con Feltrinelli para sostener la correspondencia que sacaría al extranjero Doctor Zhivago, o silencioso, al modo en que Nadiezhda y Ósip Mandelstam se entendían.
Walter Benjamin soñó un día con un libro que fuera únicamente un montaje de citas. Alfabetos desesperados —como antes Viñamarinos, el primer libro de Catalina Porzio— retoma ese sueño literario con el propósito de iluminar esta vez las formas ideadas por los seres humanos para comunicarse en circunstancias adversas. Las citas escogidas, montadas con una habilidad sorprendente, urden fascinantes historias de encarcelados, locos, conspiradores, personas con alguna discapacidad, amantes crucificados, artistas disconformes o simples delincuentes experimentales que se las ingeniaron, bajo amenaza o impedimento, para burlar o hacerle trampas a la policía del código. Un hermoso libro sobre «la posibilidad inagotable de desplegar una voz» y la rebeldía esencial de la comunicación humana.
Bruno Cuneo