La noche del 27 de febrero del 2010, a las 3.34 de la madrugada, en el séptimo piso de un hotel de Santiago de Chile, Juan Villoro despertó con las sacudidas de uno de los mayores terremotos de que tenga memoria la humanidad. Un congreso de literatura infantil y mundos de fantasía lo habían traído al país donde los locos se comen con mayonesa y los sismos remecen de cuando en cuando todas las certidumbres.
Esta personalísima crónica es el relato de esa experiencia y, a la vez, una indagación sobre los temblores, sobre Chile y sobre la memoria íntima del autor mexicano, mostrando que un remezón de esa magnitud no es un mero movimiento del suelo bajo los pies, sino que provoca además una potente remoción de los recuerdos, las ideas y la historia.
“Los terremotos representan un striptease moral. Lo peor y lo mejor salen a la luz”, dice Villoro en estas páginas escritas con el regusto ambivalente de la catástrofe, que sabe a muerte y miseria, pero también a vida y afectos esenciales.