Conocí a Marcelo Reyes Khandia en el invierno de 1968, en la Sociedad de Escritores, en Santiago de Chile. Yo era un joven poeta extranjero intentando ahuyentar mis nubarrones en el epicentro de la gran poesía chilena, cuando él apareció. Venía encendido por la celebración del nacimiento del hijo de un poeta popular amigo suyo con quien solía compartir un común pasado pampino. Le recuerdo sonriente y seguro de sí mismo. Por eso quizás no me sorprendía verlo de tanto en tanto inflamado en duras polémicas porque eran tiempos de decisión: Violeta Parra nos abofeteaba con su suicidio, París estallaba, el país se hinchaba de Poder Popular… Marcelo era del tipo de personas que prefería replegarse a observar, ajeno a cualquier ansia de protagonismo. Pero reconocía también cierto don de líder que afloraba con afán conciliador y práctico. Por eso quizás uno podía esperar cualquier cosa de él: imaginarlo retirado en un templo budista o bien, como todo indica que ocurrió, tomando el camino más radical, más valiente y desolado, junto a los luchadores del sueño de América. Recuerdo que yo estaba triste esa noche de invierno de 1968. Él no sé por qué se acercó y me dijo: “Algún día todos tendremos luz propia”. Miré su rostro sonriente y dije, queriendo sinceramente creerlo, “¡salud por eso!”. Los años venideros nos separaron con el estallido que partió al país en todos los sentidos. Como digo, Marcelo podría haber tomado cualquier camino. Me entero que fue el de la lucha armada. Me costaba creer que hubiese abandonado la poesía. Emocionado, hoy puedo ver que tenía razón: aquí está su luz, su propia luz, explicada por sus manos, para romper la oscuridad del olvido. Salud por eso. (Laszlo Leibach. Poeta húngaro avecindado en nuestro país entre los años 1966 y 1973).
Los versos del Sub-teniente o Teoría de la Luz Propia
Sin existencias